Ariel Magnus: "Uno escribe lo que puede y publica lo que le dejan, el resto es paciencia"

El escritor y traductor Ariel Magnus (1975) es uno de los escritores más prolíficos y creativos de su generación. ¿A qué generación nos referimos? A la que comenzó a publicar en los primeros años de este siglo y hoy, veinte años después, tiene un recorrido en el campo literario argentino.
En el caso de Magnus, su debut fue en el 2005 con la novela Sandra. Y desde ahí no paró. Incluso en el 2007 ganó el premio “La otra orilla” con el policial Un chino en bicicleta. Un logro más que atendible porque en el jurado estaba (suenan trompetas) César Aira.
¿Qué nos dice el hecho de que sea un autor prolífico? En principio, que su capacidad de invención es profusa y constante. Para seguir, que sus historias siempre encuentran un tema en su centro que les da sentido y unidad, muchas veces enunciado en el título, quizás para lectores desprevenidos. Por ejemplo: El aborto, una novela ilegal; A Luján: una novela peregrina; El que mueve las piezas: novela bélica; La fiesta de un fauno; entre otros. Para seguir, su máquina de escritura se adapta a la ficción (el delirio, el humor y el absurdo son recursos que están en su caja de herramientas), a la no ficción (herencia de su paso por el periodismo) y a un híbrido entre estas dos zonas (quizás es cuando cobra mayor vuelo): Ideario Aira; Un atleta de las letras: Biografía literaria de Juan Filloy; Continuidad de Emma Z., entre otras.
Y ahora mismo, acaban de aparecer dos libros que amplían su corpus de historias en una obra que crece saludable. Por un lado, una novela que tiene una base real para luego despegarse hacia su propio territorio de invención: Einstein en un quilombo (Edhasa). Y, por otra parte, sale Heavy (Vinilo), un relato en primera persona (es la voz de Agustina Schuster la que se lee) de alguien que tuvo una vida, digamos, intensa, compleja y difícil pero la relata con un tono leve que descarga rayos de humor. En estos dos libros que pueden considerarse dos puntos extremos estéticos en su obra (el artefacto literario y la novela clásica que desborda su propuesta) se arma un muestrario de cómo es el camino nada habitual que viene construyendo hace tiempo.
Desde el 2020, Magnus reside en Berlín. Por eso, decidió hablar con Clarín utilizando a la virtualidad como filtro y puente. Un diálogo sobre este presente fructífero donde la literatura y la tecnología conviven en un universo literario, el propio, que tiende a la expansión.
Ariel Magnus. Foto: Fernando de la Orden.
–¿Cómo es tu vida en Alemania? ¿Sentís que vivir ahí es bueno para tu escritura?
–Prácticamente la misma que en la Argentina. Y ahora que salís y te cruzás indefectiblemente con argentinos, la confusión puede ser total. Lo diferente es que estar acá me estimula a escribir en alemán también. Acabo de sacar mi primera novela escrita directamente en ese idioma, Los quedados del Tempelfeld, que ocurre íntegra en el “aeropuerto de Hitler” de Berlín.
–¿Te considerás un autor prolífico? ¿Cómo te llevás con ese adjetivo?
–Me considero y lo soy, por una cuestión meramente numérica. De ahí que el adjetivo no diga gran cosa. Por contexto y tono se le pueden adivinar matices admirativos o despectivos, por lo general un poco de cada cosa. La famosa contraposición de cantidad y calidad. No voy a poder cambiar eso, pero tampoco me dejo amedrentar.
–¿Qué dio origen a la escritura Einstein en un quilombo? ¿Y cómo fue el proceso de escritura?
–Al tema de Einstein me lo dio un editor de cuyo nombre no creo que él quiera que me acuerde, porque cuando después de muchos años al fin le mandé el libro, ni me respondió. Recién pude ponerme a escribirlo cuando se me ocurrió combinarlo con el personaje de Agatha Christie que recala en la Argentina, cuyo nombre tampoco tengo autorización de recordar, por cuestiones de copyright. El proceso implicó leer los diarios de la época y los de Einstein, una tarea que me encanta y que constituye una de las razones principales para escribir novelas basadas en hechos (y textos) reales.
–En un momento decís que es una “novela relativamente experimental”. ¿A qué te referís?
–Eso aparece cuando se habla de la televisión, un invento muy reciente. Ya antes la novela se califica a sí misma de relativamente biográfica, relativamente histórica, y así. Lo específicamente experimental diría que está en el cruce de realidad y ficción en varios niveles, porque hay ficción sobre ficciones que desembocan en hechos reales, y viceversa. Los paréntesis participan de este juego, por sacarte de la narración a la fuerza, cortando la experiencia inmersiva típica de la novela y más de la histórica. En mi inveterado modernismo demodé, creo que es recién con ese extrañamiento que empieza la verdadera experiencia de lectura.
–¿Ves alguna relación entre la novela y el libro Heavy? Más allá de lo que contás al comienzo del libro, ¿qué nos podés decir de este texto?
–Einstein en un quilombo se relaciona para mí con Continuidad de Emma Z. y El que mueve las piezas. Con Heavy no sabría ni por dónde empezar la comparación, por no ser ficción y estar escrito con otra persona. Más allá de lo que se cuenta en el libro, que es cómo conocí a Agustina, lo que puedo decir es que se trata de una historia durísima contada con la mayor gracia, por muy paradójico que suene. Es un libro con una doble perspectiva, la de quien sufrió lo que se cuenta oralmente y la de quien ordena ese relato por escrito. No sé cuántos libros sobre violencia sexual existen con este doble registro, que incorpora la mirada del varón sobre un tema en el que por lo general solo cuenta la voz femenina.
–Tenés libros cada vez más distintos, ¿esta diversidad fue buscada o encontrada? ¿A qué pensás que responde esta multiplicidad?
–No sé si es una progresión. Tengo libros muchos más raros previos a los primeros que publiqué. Uno circular, por ejemplo, sin principio ni fin. Tiendo a alternar la escritura de unos y otros. Y, sí, es una diversidad buscada, la considero una forma de riqueza y me espantaba bastante la idea de repetirme, cosa que sin duda igual me ocurre. Muchas veces la idea o la forma precede al contenido. El hombre sentado podría haberse basado en cualquier otra película, La cuadratura de la redondez podría haber versado sobre las letras de cualquier otro grupo de música y A Luján podría haber tomado de tema cualquier otra cosa. Si parece que no, que solo podría haber escrito así sobre eso, es que funcionaron.
–¿Por qué prevalece siempre el humor en tus textos? ¿El humor reemplaza o esconde algo?
–Nunca me analicé, así que a la respuesta desde lo profundo de mi psique te la debo. Pero no creo que haya grandes misterios. Soy de pensar por la tangente, también en mi vida cotidiana. Vivo haciendo chistes, llevo al absurdo ideas y situaciones de forma casi automática, y eso lo traslado después a lo que escribo. Me interesan más los juegos de palabras y las ideas que la psicología de los personajes o la verosimilitud del plot, y no sé si con esa postura podés escaparle al humor. Tampoco veo por qué hacerlo.
Ariel Magnus. Foto: Fernando de la Orden.
–¿Te interesa considerar tu obra en el panorama actual de la literatura argentina?
–Me parece que eso es tarea para críticos y teóricos. Uno escribe lo que puede y publica lo que le dejan, el resto es paciencia ante las críticas y barajar, esperando que el próximo salga mejor. Los panoramas y la contemporaneidad me marean, prefiero dialogar con autores puntuales y por lo general muertos, o digamos vivos solo en sus libros.
–¿Te importan los lectores o sentís que estás construyendo un tipo de lector particular de tus libros?
–Interesante contraposición. Como si solo se pudiera escribir subsumiéndose a un lector omnipotente o exigiéndole que se atenga a las reglas de uno. Frente a una dicotomía de este tipo, creo que me ordenaría más bien en el segundo grupo. También como lector me gustan los autores que escriben, no para mí, sino conmigo, por así decirlo. Los que me suben a su escritura como a un sidecar, para que disfrute con ellos del viaje. El riesgo cuando conducís según tu instinto es ponerse por encima del lector, avasallarlo. Pero prefiero eso que el riesgo de subestimarlo, porque sería subestimarme a mí mismo. Mi libro ideal, de ambos lados, es el que se termina y no sabemos si somos el que lo escribió o el que lo leyó.
–¿Qué te impulsa a seguir escribiendo y cómo te ayudan en eso las nuevas tecnologías?
–Me impulsan las ideas que siempre tengo de nuevos libros y el placer que extraigo de cada mañana en que me siento a escribir. Me da pavor que eso se termine un día de la misma forma que empezó, ya no recuerdo cómo. En cuanto a las nuevas tecnologías, trato siempre de incorporarlas, después de superado el primer shock. De hecho, en breve sale Soy la peste, un libro que escribí con(tra) ChatGPT.
- Nació en Buenos Aires en 1975, vivió en Alemania entre 1999 y 2005, volvió a la Argentina y ahora está instalado de nuevo en Berlín.
- Ha publicado, entre otros libros, Sandra (2005), La abuela (2006, traducido al alemán y al francés), Un chino en bicicleta (2007, 2016, Premio Internacional de Novela La Otra Orilla, traducido a nueve idiomas), Muñecas (2008, Premio Internacional de Novela Corta Juan de Castellanos), Doble crimen (2010), El que mueve las piezas (una novela bélica) (2017, traducida al francés, alemán, portugués e inglés), El desafortunado (Seix Barral, 2020, mención especial del jurado del Premio Biblioteca Breve 2020, y traducida a cinco idiomas), Doble vida (2022) y Uriel y Baruch (2022).
Ariel Magnus. Foto: Germán García Adrasti.
- Publicó además los libros Kurzgebiete (2021) y Tür an Tür (2023), escritos originalmente en alemán.
- También es autor de Un atleta de las letras, biografía literaria de Juan Filloy, y de Ideario Aira.
- Como traductor literario ha vertido al castellano más de cuarenta libros del alemán, inglés y portugués.
Einstein en un quilombo (Edhasa) y Heavy (Vinilo), de Ariel Magnus.
Clarin